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La columna del sábado: Bienvenidos al sentido común (II)


Leí hace unos días la columna política que el ex alcalde de Vélez- Málaga, el ¿ex socialista? Antonio Souviron, dedicaba al Grupo Independiente Pro Municipio de Torre del Mar. Supongo que la ocurrencia, que está al nivel de esas noches en las que uno no pega ojo, le vino a este señor al mirar la foto de Manolo Rincón que debe conservar en la mesita de noche. - ¡Ay Manué, con lo que fuimos! - Debió decir. Él, que buscó la nueva política como quien tiene en su lista de deseos el quitarse de fumar, quiso darnos a todos la pastilla azul del olvido; intenta borrarnos la memoria y presentarse con calcetines multicolor y gafas de pasta, de moderno, para que no nos vengan al recuerdo ninguna de las calamidades de su legislatura. Sus acólitos, que han hecho suya la frase del 'si te he visto, no me acuerdo', se transforman en las redes sociales para predicar con el ejemplo. ¿Souviron? Es lo nuevo. ¿Souviron? Con él todo era mejor. Claro. No puede ser verdad eso que dicen de él. Porque ni subió el IBI ni en su mandato el municipio se hundió en basura. En su discurso de ira desatada para Torre del Mar, habla de un eje supremacista que divide a los torreños en dos, buscando un enfrentamiento imaginario que podría atender a un Mr. Hyde interno que le mantiene trastornado, sin superar lo que ocurrió en 2007 y 2008, algo que sigue teniendo muy presente. Volviendo al sentido común, ese del que presume, es de extrañar que no le haya servido para convencerlo de que Vélez no merece tan mal gestor en política. Que este municipio nunca pidió su vuelta y que Torre del Mar, por muy cosmopolita y acogedora que resulte, no le guarda buen recuerdo. Los vecinos, a los que se les eriza el pellejo cuando conocen sus intenciones, comentan el disparate en redes sociales y le invitan a seguir cualquier camino menos este, porque hoy en día la vieja política está pasada de moda. Mucho más para un moderno de pueblo que sabe y dice tanto para terminar sin decir nada. Que Dios nos pille confesados. 

Por: Inmaculada Beltrán


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